Hace ocho años atrás, entraba por primera vez a Casa Cuna; tan nombrada y
valorada por mi madre, desde aquel día en que los médicos, salvaban la vida
de mi primo Víctor cuando tenía apenas un año de vida (hoy tiene 35).
Entré con mi niña dentro de una incubadora con su narina de oxígeno; con
apenas diez días de vida, para realizarle un examen cardiológico. Volvimos
nuevamente al mes siguiente para controlar y confirmar que su Ductus se
había cerrado por fin.
Todavía recuerdo cuando un doctor de experiencia pedía a dos jóvenes
médicas que miraran con atención la pantalla; porque muy pocas veces
verían esa zona con tanta claridad. Lo otro que recuerdo es que el hospital
estaba en obra.

Y después nada más, porque lo único que quería era volver a
la Maternidad Goitia para que mi diminuta bebe de 1.200 Kg. Estuviera
segura de nuevo.
Volvimos a los dos años derivada al servicio de endocrino, alergia y otras
especialidades. Dado a su alergia y otras cuestiones.
Desde entonces y hasta el día de hoy, toda atención que mis hijos
necesitaron en pos de su salud, la recibieron aquí.
Cuando Sofia tenía 4 años llegué a la guardia de pediatría en donde luego de
varios estudios me informan que mi niña tenía meningitis.
La internaron de inmediato y hasta que salió de alta, recibió un cuidado y
controles que jamás había visto.
Atendieron la salud de la niña, pero además, al posibilitar ese espacio dentro
de la sala de internación que permitió velar el sueño de mi angelito, aún en
circunstancias tan tristes, a mí me curaron el alma.
“Bendito sean los sillones que se encuentran al lado de las camitas de
nuestros niños internados y Benditos sean quienes procuraron ese espacio
alli”.
No existen las palabras que definan, con exactitud, lo que significa para mí,
este Hospital.
LOS MÉDICOS que he conocido aquí dentro, son de una calidad humana
pocas veces encontradas.
DOCTORES
que sobre el cuerpo llevan un delantal, y por encima del
delantal lucen con orgullo, un espíritu de lucha que deja traslucir su vocación
y dedicación, más allá de los límites de la profesión.
Mi eterna Gratitud para todos ellos: Los de entonces y los de hoy.
En esta CASA SANADORA siempre hay una cuna para todo niño que la
necesite. Por eso he de agradecer a Dios eternamente por conducirme hasta
aquí.
CASA CUNA:
¡¡INFINITAS GRACIAS!!!
Por ayudarme a cuidar la salud de mis hijos.
Analía Oropesa
El mejor homenaje es el testimonio
de una madre agradecida.