En un pequeño pueblo rodeado de espesos bosques, vivía un hombre llamado Lucio. Era conocido por su bondad y sabiduría, siempre dispuesto a ayudar a los demás. Sin embargo, una oscura leyenda rondaba aquellas tierras: se decía que en lo profundo del bosque vivía una sombra maligna, una entidad que se alimentaba de la maldad de los corazones humanos.
Nadie sabía con certeza cómo había nacido esa sombra, pero todos sentían su presencia, especialmente en las noches de luna nueva, cuando los caminos se volvían peligrosos y el aire estaba cargado de temor. Los ancianos del pueblo hablaban de cómo la sombra susurraba al oído de los hombres, incitándolos a cometer actos de crueldad y violencia. Los que caían en sus tentaciones no volvían a ser los mismos; sus ojos se volvían fríos y sus corazones, insensibles.
Lucio había perdido a un amigo cercano por culpa de la sombra, y aunque el dolor aún lo atormentaba, juró que no dejaría que aquella oscuridad continuara corrompiendo a los suyos. Una noche, armado solo con su determinación y un viejo amuleto que le había dado su abuela, se adentró en el bosque.
Mientras caminaba, el ambiente se volvía más opresivo, y Lucio podía sentir cómo la sombra trataba de apoderarse de su mente. Escuchaba voces, recordatorios de sus fracasos y miedos, pero cada vez que sentía que iba a sucumbir, apretaba el amuleto contra su pecho y recordaba las enseñanzas de su abuela: "La verdadera fuerza reside en la bondad, Lucio. No dejes que nada te desvíe de ese camino."
Finalmente, llegó a un claro donde la oscuridad era casi tangible, como un velo que cubría la luna. En el centro, una figura sin forma, hecha de pura sombra, se alzó ante él. La criatura habló, su voz como un susurro frío que se colaba en su mente.
—¿Qué haces aquí, mortal? —preguntó la sombra—. Nadie puede derrotarme, soy el reflejo de la maldad que existe en cada ser humano.
Lucio sintió el peso de aquellas palabras, pero no retrocedió.
—Tú no eres más que un parásito —respondió, con la voz firme—. Te alimentas de lo peor de nosotros, pero no somos solo oscuridad. También hay luz, y es más fuerte de lo que crees.
La sombra rió, un sonido que resonó por todo el bosque, pero Lucio no se dejó intimidar. Cerró los ojos y, con el amuleto en la mano, concentró todo su ser en un recuerdo feliz: un día soleado en el que jugaba con su amigo antes de que la sombra lo reclamara. El calor de ese recuerdo llenó su corazón y, poco a poco, una luz cálida comenzó a emanar de él, envolviéndolo por completo.
La sombra retrocedió, chillando de rabia, pero la luz se hizo más intensa, empujando la oscuridad hacia los bordes del claro. La criatura intentó atacar, pero cada vez que se acercaba a Lucio, la luz la hacía retroceder.
Con un último grito, la sombra se desvaneció, disuelta por la pureza de la bondad que emanaba de Lucio. El bosque, antes tan sombrío, parecía ahora más ligero, como si un peso invisible hubiera sido levantado. Lucio regresó al pueblo, cansado pero triunfante, sabiendo que la sombra había sido derrotada, al menos por un tiempo.
Desde aquel día, Lucio fue recordado como el hombre que luchó contra la maldad y ganó, no con fuerza ni violencia, sino con la luz que llevaba en su corazón.
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