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¡Ayer siempre será hoy!
Tantas familias ahogadas en llanto,
tantos hermanos que no volverán,
cuántos los hijos que aun andan buscando,
saber de su origen y su identidad.
Se levanta el martillo que castiga,
y señala el dedo acusador,
poco a poco van cayendo, uno a uno,
los dueños de la muerte y el dolor.
Como estigmas grabados en el tiempo,
hasta que el último culpable pague,
las voces sonarán golpeando,
exigiendo justicia, para que nadie escape.
Treinta mil voces del coro del silencio,
un silencio que aturde y no conviene,
porque arranca caretas y mordazas,
porque persigue, obliga y se le teme.
Un manto enorme de tristeza envuelve,
de cada argentino el corazón,
y en sus latidos nos repite siempre,
no existe olvido y no habrá perdón.
Macema
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