Le damos la bienvenida a una nueva colaboradora de nuestro blog, Silvia Chaves, quien nos aporta su talento y sensibilidad pulsando las cuerdas más íntimas y valoradas de nuestro corazón. ¡Muchas gracias Silvia, por compartir tanto bueno con nosotros!
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Me gustaba ir a casa de la abuela, especialmente los sábados por la mañana.
La abuela iba a la feria, y yo, con ella. Toda una fiesta.
De nacionalidad italiana, su corazón y su cuerpo eran generosos. Un delantal la rodeaba por delante y por detrás. Lo usaba solo en casa y se lo quitaba para salir
Para llegar. a la feria. cruzábamos el arroyo Napostá, que con mis pocos años me parecía un mar ancho y lejano. De ahí, caminábamos dos cuadras cuidadas por altos paredones y allí estaba: frente a la estación de tren, rodeada de enormes árboles y a cielo abierto, comenzaba la feria. Mi abuela revisaba las lechugas, los ajos y las cebollas como si estuviera en su casa. Saludaba a los feriantes como amigos queridos y charlaba con las mujeres como si fueran de la familia ‘Hola doña Etelvina, vino con la nieta esta vez’. Charlaban sobre el precio del tomate, la enfermedad de los hijos, los dolores del país o los cambios del clima.
Me sentía segura y cuidada. No hablábamos mucho pero puedo recordar la manera especial de tomarme de la mano y no permitir que nada malo me ocurriera.
Vivíamos en Bahía Blanca y la cercanía con la provincia de Río Negro nos traía unas manzanas rojas grandes como sandías que nunca pude terminar antes de llegar a casa. Yo quería saber y preguntaba a la abuela - ‘¿Cómo de un río negro salen manzanas rojas?’- Y la abuela me respondía: -Es el lugar de dónde vienen... Como si vinieran de Villa Rosas o Ingeniero White, Silvia’ -¡Ah! - respondía yo.
Mi abuela que apenas conocía las letras pero reconocía muy bien los números pues alimentó cinco hijos propios y varios ajenos, me agarraba fuerte de la mano para cruzar el puente y las esquinas y me soltaba al llegar al mundo bullicioso y hospedador, colorido y oloroso de la feria. Un lugar confiable para niñas aventureras, inquietas y gustadoras de manzanas.
Otro lugar geográfico, otro gobierno, otros feriantes. En la Zona Sur del Gran Buenos Aires, hay muchas ferias, de alimentos, de ropa, de libros. Incluso frente al edifico de nuestra iglesia, en Bernal, la calle hospeda una durante varios meses al año. Cuando la recorro, descubro que los temas y los vecinos son conocidos: el precio de los tomates, el dolor de una partida, las próximas elecciones. Ya las manzanas no me parecen enormes y puedo terminar una camino a casa.
Disfruto la recorrida de la feria, el barrio tiene aire de familia, de abuelas y nietas, de fiesta. Sólo una cosa me falta, aun después de muchos años: extraño la mano cálida y rugosa de la abuela al cruzar la avenida.
Imágenes extraídas de internet
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