La leyenda del Urutaú
Kiyá y Urú eran los hijos de dos caciques guaraníes cuyas tribus se odiaban desde hacía largo tiempo.
Los jóvenes habían crecido sin conocerse pero, cierta vez, Kiyá se cruzó con la muchacha que solía salir con sus amigas a ver y escuchar los pájaros a la orilla del río. Kiyá quedó deslumbrado por la belleza de Urú. Y ella preguntó quién era el apuesto joven.
–Debes saber –le dijo una de sus compañeras– que se trata de Kiyá, el hijo del cacique enemigo. Cuídate, porque nuestros hechiceros predijeron que acarreará la desgracia de la mujer que lo ame. ¡Apártalo de tus pensamientos, Urú!
Era tarde para tal advertencia: ella estaba perdidamente enamorada del joven.
A partir de entonces, frecuentaron la orilla del río inventando encuentros casuales que, ya que no podían hablarse, al menos les dejaban el consuelo de una sonrisa, una mirada.
El padre de Urú lo supo. Ante los ruegos del cacique, la hermosa joven accedió a olvidar a Kiyá. Sin embargo, a partir de aquel día su alegría se apagó por completo.
Una mañana descubrieron que se había marchado. La buscaron por todas partes, pero no había rastros de la joven. Alguien sugirió que habría huido con Kiyá.
La tribu preparó sus armas para la guerra. Pero al amanecer, Kiyá en persona se presentó y enfrentó al cacique.
–No es el temor el que me impulsa a venir ya que todos conocen nuestra valentía. Pero sé que buscas a Urú y he venido a decirte que ella no está entre nosotros.
El joven se retiró y todos quedaron desconcertados. Enseguida escucharon un canto dulcísimo que provenía de lo más profundo del bosque: era la voz de Urú.
Los hombres salieron a buscarla organizados en grupos. La descubrió el que era guiado por el brujo más viejo de la tribu. La joven estaba sentada sobre la rama de un árbol, junto al río. No los reconoció. La pobre Urú había enloquecido. Temiendo que se asustara, el anciano ordenó a los otros que permanecieran alejados y se acercó solo.
Comenzó a hablarle suavemente pero no obtenía respuesta. De pronto, recordó que le gustaban las aves y le habló de ellas.
–Mis pájaros… Mis pájaros están en el agua. ¡Vamos a buscarlos! –dijo Urú y, bajándose de la rama, corrió hacia el río.
El brujo temió que se arrojara en él. Para hacerla reaccionar, le gritó:
–Escucha mis palabras Urú: Kiyá murió ahogado en ese mismo río.
Un grito desgarrador brotó primero de la garganta de Urú. Pero, inmediatamente después, retumbaron por todo el bosque sus enloquecidas carcajadas. Su bella figura comenzó a transformarse hasta que quedó convertida en un pájaro, el urutaú.
Emitiendo su grito lastimero, que terminaba en una sonora carcajada, el urutaú voló sobre las cabezas de los atemorizados guaraníes y se perdió en el bosque.
Los jóvenes habían crecido sin conocerse pero, cierta vez, Kiyá se cruzó con la muchacha que solía salir con sus amigas a ver y escuchar los pájaros a la orilla del río. Kiyá quedó deslumbrado por la belleza de Urú. Y ella preguntó quién era el apuesto joven.
–Debes saber –le dijo una de sus compañeras– que se trata de Kiyá, el hijo del cacique enemigo. Cuídate, porque nuestros hechiceros predijeron que acarreará la desgracia de la mujer que lo ame. ¡Apártalo de tus pensamientos, Urú!
Era tarde para tal advertencia: ella estaba perdidamente enamorada del joven.
A partir de entonces, frecuentaron la orilla del río inventando encuentros casuales que, ya que no podían hablarse, al menos les dejaban el consuelo de una sonrisa, una mirada.
El padre de Urú lo supo. Ante los ruegos del cacique, la hermosa joven accedió a olvidar a Kiyá. Sin embargo, a partir de aquel día su alegría se apagó por completo.
Una mañana descubrieron que se había marchado. La buscaron por todas partes, pero no había rastros de la joven. Alguien sugirió que habría huido con Kiyá.
La tribu preparó sus armas para la guerra. Pero al amanecer, Kiyá en persona se presentó y enfrentó al cacique.
–No es el temor el que me impulsa a venir ya que todos conocen nuestra valentía. Pero sé que buscas a Urú y he venido a decirte que ella no está entre nosotros.
El joven se retiró y todos quedaron desconcertados. Enseguida escucharon un canto dulcísimo que provenía de lo más profundo del bosque: era la voz de Urú.
Los hombres salieron a buscarla organizados en grupos. La descubrió el que era guiado por el brujo más viejo de la tribu. La joven estaba sentada sobre la rama de un árbol, junto al río. No los reconoció. La pobre Urú había enloquecido. Temiendo que se asustara, el anciano ordenó a los otros que permanecieran alejados y se acercó solo.
Comenzó a hablarle suavemente pero no obtenía respuesta. De pronto, recordó que le gustaban las aves y le habló de ellas.
–Mis pájaros… Mis pájaros están en el agua. ¡Vamos a buscarlos! –dijo Urú y, bajándose de la rama, corrió hacia el río.
El brujo temió que se arrojara en él. Para hacerla reaccionar, le gritó:
–Escucha mis palabras Urú: Kiyá murió ahogado en ese mismo río.
Un grito desgarrador brotó primero de la garganta de Urú. Pero, inmediatamente después, retumbaron por todo el bosque sus enloquecidas carcajadas. Su bella figura comenzó a transformarse hasta que quedó convertida en un pájaro, el urutaú.
Emitiendo su grito lastimero, que terminaba en una sonora carcajada, el urutaú voló sobre las cabezas de los atemorizados guaraníes y se perdió en el bosque.
Leyenda guaraní
Gracias a todos por acompañarnos tantos años.
Macema
2018
Textos y video de internet
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