En un lugar cualquiera de Argentina.
Son las 23,10 hs de un 23 de diciembre del año en
curso...
El hombre llega a su casa cansado de trabajar en el
frigorífico, y se desploma sobre una silla.
Toma el control remoto de la
tele, la enciende y se levanta caminando hacia la heladera en busca de “algo
para masticar”. Al abrir la puerta del artefacto se da cuenta de que se quemó
la lamparita en su interior lo que le da un aspecto casi cómico a la situación.
Busca una linterna, pero al intentar encenderla se da cuenta que no tiene
pilas.
Suspira hondo, hace crujir sus
dedos y comienza a tantear dentro a ver que encuentra. Primero mete las manos
dentro de un bowl con sopa, que no recordaba que estuviera allí. Luego el
botellón de agua, que se le resbala entre los dedos rompiéndose y mojando el
piso y parte de sus únicos zapatos y pantalones.
Mira hacia el techo intentando
que su mirada sea como la de Superman, para llegar hasta el cielo y poder
preguntarle al Supremo, ¿Qué más? Pero muy pronto se da cuenta de que no es el
super héroe y solo le queda la pregunta sin respuesta en su mente.
Vuelve a respirar más
profundamente que antes y con mucho cuidado junta los vidrios y seca el
desastre que sin querer había producido.
Llena la pava pensando, voy a
tomar unos mates con un pedazo de pan y me acuesto. Mañana será otro día.
Quiere encender la cocina, y el
gas se niega a aparecer...
Cierto, se olvidó de pagar la última factura y seguro
se lo cortaron. (Los de la compañía de gas unos insensibles, él eligió comer en
lugar de pagar el gas, pero no lo entendieron)
Toma una silla y sale al patio y se sienta teniendo por compañía a su perro Timoteo y la luna que fríamente lo envolvía con su luz blanquecina atenuada por un cielo nublado.
Largo rato estuvo, hasta que el agotamiento lo venció.
Casi arrastrándose llegó hasta
su cama, en un cuartucho de paredes descascaradas por la falta de mantenimiento
y encendió el velador, que casi de lástima, dejó que un hilo de luz rasgara un
poco la densa obscuridad que daba frío, a pesar de los 28° que hacía afuera,
era el frío de la impotencia y la soledad. Se sienta con cuidado en el
camastro, que seguro conoció tiempos mejores, y escuchó el quejido de la vieja
estructura de madera que apenas sostenía,
lo que quedaba de colchón, que
estaba tan aplastado , que si lo revisaban a la mañana, seguro tendría marcados
los elásticos de la cama en su cuerpo.
El sueño lo devoró y mientras
su cuerpo convulsionaba por las pesadillas, fue pasando la noche.
Lo despertó el canto de un
ruiseñor y un rayo de sol que le daba justo en el rostro. Se sacó la ropa y se
pegó una ducha fría, que rápidamente lo puso en órbita.
Luego se vistió con su ropa de
trabajo y lavó la que se había sacado, la tendió y recordando el calentador
eléctrico, calentó agua y mateó, comiendo el viejo pan que había quedado de
unos días atrás. El aire fresco lo reanimó, su perro, tan flaco como
él, echado a sus pies, masticaba su parte del desayuno, mientras lo miraba con ese cariño que brota de muy adentro. Daba
la sensación de que comprendía lo que pasaba por su interior.
Luego, salió a la calle pensando, ¿que le podría regalar a su hijo en estas
fiestas inminentes?
No tenía casi nada de plata, lo justo para comer un poco
una vez por día, el trabajo iba de mal en peor y le daban vales por pequeñas
cantidades, aduciendo que era asi o los despedían porque había bajado mucho la
venta, y los márgenes eran tan reducidos que estaban haciendo el mayor esfuerzo
para conservarles la fuente laboral.
Ya era 24 de diciembre. Caminó sin rumbo fijo, parándose
en cada vidriera donde veía juguetes, pero al observar los precios, seguía
caminando pensando en la gran injusticia en el mundo, “unos tanto y otros
nada”, pero pronto desapareció esa sensación y se dijo que cada uno era
artífice de su propio destino. Quizá él había fracasado, si hubiera seguido
estudiando, si no hubiera renunciado a ese trabajo tan bueno que tenía, si
hubiera ahorrado...etc
Tarde para lamentos. Y siguió andando.
En su deambular
pasó por la capillita del lugar y sin darse cuenta se encontró dentro de ella,
estaba vacía, su respiración agitada y el latir de su corazón parecían
multiplicados en intensidad, tal vez por la acústica del lugar, tal vez por el
silencio.
Se sentó y su mirada buscó el Cristo que estaba en la
cruz, juraría que tenía los ojos abiertos y lo miraba con amor y misericordia,
y por primera vez desde su divorcio, sintió paz, y dentro de su pecho se desató
el nudo que lo ahogaba y comenzó a llorar muy suavemente durante mucho tiempo.
Luego, secó sus lágrimas y se levantó, dando gracias, y juraría que la imagen
de Jesús, le sonreía, como diciéndole, adelante, vos podés, dentro tuyo está la
fuerza del amor, no llores más, lucha y lo lograrás.
Una ténue sonrisa se dibujó en la comisura de de sus
labios. Algo había cambiado en su interior.
Camino a su casa escucha su nombre, Pedro, Pedro, gira la
cabeza y ve a Carlos, un viejo amigo de la infancia. Luego de un largo y
fraternal abrazo, éste le dice.
-Llegué hace un rato de Francia, y vine a hacerme cargo
de las bodegas de papá en Mendoza, el viejo trabajó mucho y quiere dedicarse a
viajar por el mundo. Entonces pensé que necesitaría alguien de confianza como
vos para que me ayude, porque eras muy bueno con los números y quiero que
vengas a trabajar conmigo.
Buena paga, buenos horizontes, casa y un montón de
posibilidades.
Pedro no pudo hablar, solo lo abrazó de nuevo y balbució un si, acepto.
-Carlos siguió, te dejo unos pesos para que puedas
renovar tus pilchas, te pongas al día con tus deudas y a partir del 7 de enero,
nos vamos para la bodega. Disfrutá estas fiestas, que nos espera mucho trabajo.
Se despidieron y Pedro miró el montón de plata que le
había dado su amigo.
El sol brillaba con una intensidad como hacía mucho él no
veía, el cielo de un azul intenso, daba la sensación de un mar inmenso que lo
estaba cubriendo y una nube viajera, dejó caer unas frescas
gotas de agua sobre su cabeza, como si un ser invisible lo bendijera.
Y se sintió fuerte, optimista, mandaría el telegrama de
renuncia ya, podría comprarle el regalo a su hijo, ese trencito a pilas que
tanto deseaba, y...
De pronto se encontró otra vez en la puerta de la
capillita y entró, para dar gracias por lo recibido.
Buscó afanosamente con la mirada el Cristo, pero no lo
vió, tan solo había una marca en su lugar que daba testimonio de que alguna
vez había estado colgada una cruz.
Escuchó un buen día hijo, Dios te bendiga, era el viejo
cura Gregorio, que lo saludaba.
-Buen día padre, Dios lo bendiga a usted. Y la pregunta
quemó sus labios al hacerla, ¿y el Cristo que estaba hace una hora allí?
-¿El Cristo? Pedro, hace 20 días se lo llevaron para
restaurarlo, después de que se cayó cuando lo estaban limpiando. Creo que mañana
lo tendremos para la misa de Nochebuena.
Cayó de rodillas dando gracias y entre las lágrimas que brotaban de sus ojos agradecidos, él jura que al mirar hacia el lugar, vió al
Cristo que le volvía a sonreir.
Dios los bendiga
10/12/2016
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