24 de diciembre de un año marcado a fuego en los corazones de todos los habitantes del mundo.
Mucho
dolor, angustia, incertidumbre, enfermedad hambre y muerte.
Tocamos
fondo, dijo alguien, era un hombre fuerte, alto y bien vestido.
Esto
recién comienza, dijo otro, bajito, delgado, con unos pantalones gastados, pero
limpios.
¿Qué
será de nosotros?, dijo un tercero, de rostro regordete y bastante robusto, con
la congoja bailando en su voz, quiero a mis padres, mis amigos…
De
pronto se escuchó muy fuerte el llanto de un bebé.
Los
hombres se miraron, estaban de espera en la antesala de la sala de partos, obviamente,
esperando.
Los
tres hombres quedaron mudos y expectantes.
Se
abrió una puerta y una enfermera con el rostro cubierto con un barbijo
preguntó:
¿Señor
Rodriguez?
Soy yo, dijo el señor elegante, lo felicito papá, acaba de nacer su hijo, pesó 3,800 kgs. y está muy bien al igual que su mamá.
Los
otros dos, también primerizos como él, lo abrazaron y palmearon su espalda con
afecto y alegría.
Al
rato se repite la escena del llanto, la expectativa de los dos que quedaban y
la enfermera que sale y pregunta:
¿Señor
Gonzalez?
Soy
yo, dijo tenso y nervioso, el segundo bajito y de jeans gastados, felicidades
señor, ha sido una niña, pesó 2,950 kgs. y está muy bien igual que su mamá.
Se
saludan cordiales y emocionados, y tratando de calmar al tercero.
Pasaron
los segundos, que se hicieron larguísimos minutos y cuando ya el último que
quedaba había retorcido su remera, hasta dejarla hecha un acordeón, se oyó otro
llanto, un poco diferente, diría en estéreo.
Sale
al rato la enfermera y le dice al tercero, respire y alégrese, buen hombre, son
gemelos, un varón de 2,700 kg. y una niñita de 2,450 kgs. y los tres muy bien, contando a su mamá.
Los
tres hombres lloraron de emoción abrazados y dando gracias a Dios.
Habían
sido bendecidos con la llegada de sus descendientes y todo era felicidad.
Fueron
para neonatología para conocerlos, unidos como si se conocieran de toda la
vida.
Y
mientras miraba esos rostros surcados de lágrimas de alegría, la enfermera
pensaba…
Cómo
les cambió la vida a estos papis, han nacido sus niños y olvidaron sus cuitas y
pesares.
Esta
noche renace otro Niño. Aquel que viene
a traer el perdón, la paz, la unidad y la dicha.
Festejemos
su llegada con emoción y hagamos un pesebre en nuestro corazón para acunarlo
durante toda nuestra vida.
Mientras
Él esté allí, no habrá dolor, ni tristeza que pueda vencernos.
Porque
Él es el amor sin límite, sin traiciones, sin discriminaciones, ni
condicionamientos.
Es Dios
mismo que ilumina desde ese momento nuestras vidas para siempre.
“FELIZ NAVIDAD”
¡Qué
la llama viva del eterno queme sus
dolores, sus dudas y sus sufrimientos! ¡Qué la luz de la Esperanza los cubra y
que la Fe les de la fuerza para no rendirse jamás!
Hacer
un culto del amor digno y la lealtad.
Mirar
a nuestros semejantes como lo que son, nuestros hermanos.
“FELIZ NAVIDAD”
Y
recuerden que lo mejor de este momento único, no está en el arbolito, ni sobre
la mesa, está alrededor y en cada uno de los afectos que alimentan y embellecen
nuestra vida.
¡Qué
Jesús inunde tu hogar de armonía, trabajo, sabiduría, paciencia, y la fuerza
divina que nos regala salud y bienestar!
¡FELIZ NAVIDAD!
¡Gracias por acompañarnos por tantos años!
"Dios los bendiga"