jueves, 9 de agosto de 2012

Leyendas del quirquincho



"ORIGEN DEL QUIRQUINCHO"


Cuentan que hace mucho pero mucho tiempo, el quirquincho, antes de ser un animalito era un indio telero. Era tejedor,pero casi nunca tejía, porque era muy perezoso. Preparaba el telar lentamente y con desgano; colocaba los hilos de lana y empezaba... Pero enseguida dejaba el trabajo y decidía seguir al día siguiente. Pasaban los días y entonces se acordaba de continuar con su tejido. Se sentaba frente al telar, pasaba un hilo entre los hilos de la urdimbre y se ponía a descansar. Al rato pasaba otro hilo y. .. se quedaba medio dormido. . Y así siempre; ¡qué perezoso! Pasaba un hilo y descansaba diez... ¡Lástima!, prolijo es..., ¡pero tan haragán! decía la gente del lugar.

Llegó el invierno; los primeros vientos y heladas anunciaban que iba a sor muy frío. Todos se preparaban para protegerse y fue entonces cuando el protagonista de esta historia se dio cuenta que no tenía nada de abrigo para ponerse.¡¡Qué frío! Y yo sin ningún poncho para abrigarme... dijo-. Voy a tener que tejerme uno... ¡qué le vamos a hacer! Eso significaba que tendría que estar varios días frente al telar, teje que te teje, y ya de sólo pensarlo empezaba a sentirse cansado. Pero armó la urdimbre, preparó los lizos y el peine, eligió la lana, y empezó la tarea. Al principio todo iba bien, muy bien: una pasada, otra pasada, apretar los hilos; una pasada, otra pasada, otra y otra más. Cuando había hecho ya una franja se puso a contemplarlo. ¡Qué lindo iba eso! La trama había quedado parejita, apretada. Era en realidad un tejido tan perfecto que él mismo se asombraba al verlo. Entonces pensó en descansar un ratito. Y se quedó dormido. Al poco tiempo despertó: ¡qué frío hacía! No tenía más remedio que seguir tejiendo... Una pasada, otra pasada. Una pasada, una más y otra, y otra... No había alcanzado a hacer otra franja cuando ¡seguro!: ya estaba cansado. Pero el frío era cada vez más intenso, así que no había tiempo para descansar. Tengo que terminarlo,o me voy a congelar! Con gran desaliento miró todo lo que le faltaba por hacer. ¡No termino más!, ¡y hace frío! Así fue que decidió continuar, pero como quería terminar pronto empezó a hacer la trama del tejido muy floja. De esta manera le rendía más el trabajo. Una pasada, una descansada; una pasada, una descansada...¡Y todavía le faltaban muchas franjas para terminar el poncho! Entonces tomó hilos mucho más gruesos que los que estaba utilizando y menos retorcidos y siguió con su tarea. Claro que de esa manera la trama quedaba cada vez más abierta. Si sigo así no me va a abrigar nada, se dijo. Y haciendo un gran esfuerzo de voluntad continuó el tejido cada vez más y más apretado hasta terminar el poncho con franjas parejitas y con la misma prolijidad con que comenzó. ¡Y al fin terminó y se puso el poncho que tanto trabajo le había dado! Todo el tiempo que se pasó haciendo el poncho estuvo el dios de esas regiones observándolo. Y desde arriba movía la cabeza, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda: ¡Malo!, pensó, no tiene condiciones para ser hombre. Con tan poca voluntad para el trabajo, el pobre se va a morir de hambre. Lo voy a transformar en animalito, así podrá arreglárselas mejor.


Y así: lo convirtió en quirquincho. Su poncho se hizo caparazón para protegerlo de las inclemencias del tiempo. Un caparazón que tiene en los extremos las placas apretaditas y en el centro grandes y separadas. Como la trama del tejido de su famoso poncho.


EL QUIRQUINCHO MÚSICO
Aquel quirquincho viejo, nacido en un arenal en el Norte de Jujuy, Argentina, acostumbraba pasarse horas y horas echado junto a una grieta de la peña donde el viento cantaba eternamente. El animalito tenía una afición musical innegable.



Cómo se deleitaba cuando oía cantar a las ranas en las noches de lluvia! Los pequeños ojos se le ponían húmedos de emoción y se acercaba, arrastrando su caparazón, hasta el charco, donde las verdes cantantes ofrecían su concierto.
-¡Oh, si yo pudiera cantar así, sería el animal más feliz del altiplano! – exclamaba el quirquincho, mientras las escuchaba extasiado.
Las ranas no se conmovían por la devota admiración que les tenía el quirquincho sino que, más bien, se burlaban de él.
-Aunque nos vengas a escuchar todas las noches hasta el fin de tu vida, jamás aprenderás nuestro canto, porque eres muy tonto.
El pobre quirquincho, que era humilde y resignado, no se ofendía por tales palabras, dichas en un lenguaje tan musical, como suele ser el de las ranas. El sólo se deleitaba con la armonía de la voz y no comprendía el insulto que ella encerraba.
Un día creyó enloquecer de alegría, cuando unos canarios pasaron cantando en una jaula que conducía un hombre. ¡Qué deliciosos sonidos! Aquellos pajaritos amarillos y luminosos, como caídos del Sol, lo conmovieron hasta lo más hondo… Sin que el jaulero se diera cuenta, lo siguió, arrastrándose por la arena, durante leguas y leguas.
Las ranas que habían escuchado, embelesadas, el canto, salieron a orilla de la laguna y vieron pasar a los divinos prisioneros que revoloteaban en las jaulas.
-Estos cantores son de nuestra familia, pues los canarios son sólo sapos con alas -dijeron las muy vanidosas y agregaron- : Pero nosotras cantamos mucho mejor. -Y reanudaron su concierto interrumpido.
-¡Chist… Esperen! -dijo una de ellas-. Miren al tonto del quirquincho. Se va tras las jaulas. Ahora pensará aprender a trinar como un canario… ja… ja… ja…
El quirquincho siguió corriendo y corriendo tras el hombre de las jaulas, hasta que las patitas se le iban acabando, de tanto rasparlas en la arena.
-Qué desgracia! ¡No puedo caminar más y los músicos se van! -Allí se quedó tirado hasta que el último trino mágico se perdió a lo lejos… Ya era de noche cuando regresaba a su casa. Y al pasar cerca de la choza de Sebastián Mamani, el hechicero, tuvo la idea de visitarlo, para hacerle un extraño pedido.
-Compadre, tú que todo lo puedes, enséñame a cantar como los canarios -le dijo llorando.
Cualquier persona que no fuera el hechicero se hubiera reído a carcajadas del quirquincho, pero Sebastián Mamani puso la cara seria y repuso:
-Yo puedo enseñarte a cantar mejor que los canarios, que las ranas y que los grillos, pero tienes que pagar la enseñanza… con tu vida.
-Acepto todo, pero enséñame a cantar.
-Convenido. Cantarás desde mañana, pero esta noche perderás la vida.
-¡Cómo!… ¿Cantaré después de muerto?
-Así es.
Al día siguiente, el quirquincho amaneció cantando, con voz maravillosa, en las manos del mago. Cuando éste pasaba, poco más tarde, por el charco de las ranas, se quedaron mudas de asombro.
-¡Vengan todas! ¡Qué milagro! ¡El quirquincho aprendió a cantar!…
-¡Canta mejor que nosotras!…
-¡Y mejor que los pájaros!…
-¡Y mejor que los grillos!…
-¡Es el mejor del mundo!…
Y, muertas de envidia, siguieron a saltos tras del quirquincho que, convertido en charango se desgranaba en sonidos musicales. Lo que ellas ignoraban era que nuestro pobre amigo, como todo gran artista, había dado la vida por el arte.

FUENTE: Marcelo R. Mirabal, Jujuy, Argentina


Por suerte en la actualidad no se permite fabricar charangos de caparazón de quirquincho en nuestro país.



Imágenes y textos extraídos de internet

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