domingo, 21 de octubre de 2018

¡En mi madre a todas las madres!



¡Madre!

¿Existirá en el universo un ser más cercano a Dios?
Acaso: ¿Podremos comprender alguna vez el maravilloso misterio de la vida resumido en ti por mandato divino?
¿Entenderemos los hijos la grandeza sin par de la procreación?
¿Seremos capaces de lograr para tu nombre la dignificación y sublimidad que nuestro Señor otorga a toda mujer al momento de la concepción?
SER MADRE: tan extraordinario don tantas veces bastardeado.
SER MADRE: tan esperanzado anhelo tantas veces no alcanzado.
SER MADRE: regalo del cielo, tantas veces agradecido, tantas veces olvidado.
Ser hijo: esencia y condición natural e ineludible de todo ser viviente, tantas veces recordada, tantas otras ignorada.
Tal vez; ¿somos tan necios, que tuvieron que poner un día al año para que volvamos a ser hijos, un volver al ser humano?
¿Qué esperanza daremos a nuestra descendencia si no hemos sido capaces de dar amor por amor?
Detengamos un instante la ambición, la vanidad, la envidia, el ganar dinero, etc. y volvamos a las fuentes, a los padres, a los hermanos y a la amistad, pues esas son las bases y cimientos de un gran pueblo, donde hombres y mujeres trabajemos por igual. Donde para tranquilizar nuestra conciencia no tengamos que cumplir inexorablemente:
“LA REGLA SOCIAL Y COMERCIAL DEL TERCER DOMINGO DE OCTUBRE”.
Traslademos ese día a todos los días de nuestra vida y disfrutemos la dicha de besar esa frente bendita llena de arrugas, que son las medallas que la vida le otorgó. 
O acariciar esas canas, estandartes de humildad, trabajo, tesón, sufrimiento silencioso, de dar, dar y siempre dar sin pedir nada a cambio. Y aquellos que ya no la tengan nómbrenla en su oración diaria permanentemente.
¡Mamá! Yo no soy un buen hijo, pero lo voy a intentar.
Quiero que estés orgullosa de que te llame Mamá.
Quiero ganarme el derecho de poder llamarte así.
Porque vos me diste todo, en cambio yo, ¿qué te di? 
Disgustos, reniegos, contras, rebeldías estúpidas y dolor por mis fracasos que fueron demasiados.
Y a pesar de todo recibo de vos comprensión, paciencia, empuje con tus ¡ Vamos que podés! o ¡Seguro que vas a llegar!, siempre regado con tu amor incomparable y único.
Hoy, quiero rendirte homenaje y le doy Gracias a Dios por tenerte conmigo, por esa gran bendición. 
Y te ofrezco lo que tengo, mi vida, mi corazón. 
Por todos los sufrimientos, Mamá, te pido perdón.
¡Qué Dios te bendiga Gracias por ser. Gracias por estar. Gracias por tus palabras. Gracias por tus silencios.
Desde el cielo junto a Dios sigues ayudándonos a vivir, por tanto que nos diste y enseñaste.
Con todo mi amor para vos los trescientos sesenta y cinco días del año, durante toda mi vida.

Tu hijo Mario

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