Cuenta
la leyenda que la Luna, juguetona y traviesa, se había reído del sol, en sus
propias barbas de fuego; y que el sol, viejo gruñón, le quitó en castigo, la
luz con la que se bañaba, entre nubes rosicleres, todas las mañanas; se cubría
de encajes violáceos por la tarde y se presumía, entre las estrellas, todas las
noches.
Siglos de siglos anduvo la Luna a tientas por el espacio hasta que los
astros se reunieron para pedirle al dios resplandeciente que la perdonara.
"Apiádate de la pobre ciega- le dijeron-. Mira, ¡Oh Poderoso!... Cómo se
deslíe en lágrimas níveas de amargura. Ya ha purgado suficientemente su
travesura".
El sol oyó la súplica de sus hijos y perdonó a la irrespetuosa, a
condición de que fuera siempre buena y formal. La Luna prometió todo y el Gran
Astro, arrepentido de su dureza recogió, una a una, las albas lágrimas de la
álida viajera de la noche, las vistió de luz y las lanzó al espacio.
Así dicen que el trigo vino al mundo: blanco por dentro, dorado por
fuera y hecho de lágrimas. Por eso se recoge a rigor de penas. La Luna,
consecuente con su promesa de ser buena después de aparecérsenos redonda y
blanca en la inmensidad del firmamento, llora todas las noches un poquito, se
va deshaciendo en lágrimas poco a poco, para que a nosotros nunca nos falte el
pan.
Carlos Carlino
Extraída de Internet
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