Babushka era una anciana que fabricaba muñecas artesanales. De esas muñecas de madera pintadas a mano con alegres colores, que esconden dentro otra muñeca, y otra, y otra más pequeña.
A Babushka le hubiera encantado tener hijos, pero no pudo ser,  así que se encontraba muy sola y por eso se dedicaba a crear sus muñecas para venderlas y poder sobrevivir.
Una fría noche de invierno, Babushka se despertó sobresaltada. Su habitación se iluminó con tal intensidad, que parecía de día. La anciana se asomó a la ventana y vio una hermosa estrella que parecía decirla: 'venga, sígueme'. Pero Babushka tenía frío. Pensó que era una locura salir a esas horas, y volvió a meterse en su cama. 

A la noche siguiente, Babushka tampoco pudo dormir. Esta vez un estruendo la despertó. Trompetas y arpas no dejaban de sonar. Al asomarse a la ventana, la anciana vio un grupo de ángeles que le dijeron: 
- Babushka, ven con nosotros. Vamos a Belén para conocer al Niño Jesús, que acaba de nacer. 
Pero Babushka vio la nieve caer y pensó que hacía mucho frío. Decidió volver a su cama. 
La tercera noche, Babushka se despertó sobresaltada al escuchar el ruido de los cascos de unos caballos. Esta vez, al asomarse, vio a los tres Reyes Magos de Oriente, que le dijeron: 
- Ven con nosotros, dulce anciana. Vamos a Belén, a adorar al niño Dios, que acaba de nacer. 
Babushka dudó, pero prefirió volver a su cama. Seguía nevando, y afuera debía hacer muchísimo frío. 
A la mañana siguiente, Babushka se arrepintió. Pensó que debía ir a ver al niño Jesús, así que cogió sus muñecas y fue hacia Belén. Pero cuando llegó, en el pesebre ya no había nadie. Babushka se entristeció. Decidió que para compensar aquello, a partir de entonces, todos los 24 de diciembre, noche en la que nació Jesús, iría casa por casa para dejar a los niños un regalo. Ese regalo que le hubiera gustado hacer al niño Dios.