jueves, 21 de enero de 2010

Sofiama nos presenta: EL CORAZÓN Y EL ARTESANO DE LAS LETRAS


Hoy tengo el honor de darle la bienvenida a una hermana del corazón y las letras. Exquisita y sensible narradora que nos ha cautivado con sus hermosos cuentos y con la cual nos contactamos a través de "La página de los cuentos", un espacio donde se junta el talento y la emoción. Sofiama, tal su seudónimo nos deleitará a partir de hoy con muchas historias a cual mas bella y atrapante. Gracias por participar y nuevamente bienvenida a nuestra familia.








EL CORAZÓN Y EL ARTESANO DE LAS LETRAS

El corazón estaba tranquilo, de pronto, unos sonidos cantarines se oyeron en su tejado; se quedó quieto, levantó la vista y vio que una lluvia de letras se colaba por una rendija del techo. Sorprendido como estaba ante tan inusual evento, corrió y las atrapó entre sus manos. Las observó: metáforas, como iceberg resplandecientes, se formaban poco a poco, entre sus dedos. Las arrulló tiernamente; y candoroso como era, las anidó en un rinconcito importante de su reino.
Al día siguiente, una fresca brisa tocó a su ventana; apurando el paso, la abrió de un solo golpe; un rocío de nuevas letras le bañó la cara y las recogió como pudo. A medida que las acunaba, se formaban símiles hechizantes. El corazón abrió sus ojos desmesuradamente, su alborozo era inocultable. Estaba descubriendo que no necesitaba de hechiceras para quedar embrujado.
Las letras seguían entrando por los diferentes espacios del corazón: por su puerta, por las rendijas de las paredes, porque siendo un corazón maduro, siempre había algo que reparar. Las letras seguían llegando y llenándolo. Mientras las recogía y las cobijaba, se formaban diferentes tropos: un día, eran metáforas como la primera vez; otro, símiles como la segunda; después, metonimias, imágenes nunca escritas y todo un mundo de figuras literarias se acumulaba en el corazón.
El corazón no dormía, la emoción lo enloquecía. Su alegría desbordaba como remolinos y mares, como un mundo lleno de estrellas y de miel, como si salieran escarchas doradas de su ser, como si los vientos arrastraran lluvias de esperanza y lo hicieran penetrar a un mundo de ensueño, nunca antes conocido. Embelesado como estaba, fue recopilando las letras, y un libro se plasmó. Sin embargo, no dejaba de preguntarse:
- ¿De dónde vendrán? – Repetía a cada instante.
Un día, se presentó un señor; ¡era todo un caballero!: gentil, como en los cuentos de Hadas. El Artesano de las Letras dijo llamarse y se identificó a plenitud. El corazón quedó más fascinado que nunca ante el carisma arrollador de tan deslumbrante señor. Seducido como estaba, empezó a enamorarse de su artífice de letras. Con sus ojos que irradiaban amor, siempre le decía:
- ¡Conoces bien tu oficio, artesano!
El Artesano de las Letras le regalaba sonrisas transparentes, como olas de un limpio mar; recitándole poemas a su oído, correspondió a su amor. El corazón, henchido, empezó a hacerse todo un mundo. Decidió dejar sus venas y arterias abiertas completamente para que las letras llegaran directas y recorrieran todas las fibras que formaban su músculo, que él creía fuerte. Los grafemas seguían llegando. Unas veces, eran vehementes como un Allegro con Brío, y el corazón explotaba de felicidad como si incisivos acordes fueran tocados por una orquesta famosa. Otras, semejaban letras, cantadas por clarinetes y fagots, sobre un acompañamiento de cuerdas, que al principio, al corazón le parecían tenues y discretas; luego, hilvanadas en oro y plata formaban versos que adquirían un carácter triunfal en lo más intimo de ese corazón, como si todos los instrumentos que formaran la orquesta los repitieran, y la obra concluyera, apoteósicamente, con una serie de vigorosos acordes. Así, se sentía el corazón de feliz, como si siempre estuviera escuchando un concierto, hasta llegar a un clímax de exaltación amorosa.
Un día, las letras dejaron de llegar; y si llegaban, carecían del lirismo del principio. Parecían, más bien, notas descendentes, semejando lamentos que escapaban como suspiros, arrastradas - a gran velocidad y con mucho apuro - por el viento.
El corazón, desconcertado, no entendía qué pasaba. El libro que se había plasmado, desaparecería; las letras que contenía, se desvanecían y las poquitas que quedaban, ya no tenían el sentido de antes. Se desdibujaron todos los tropos, hasta que sólo quedaron las portadas del libro porque, incluso, las páginas desaparecieron.
Encarando al Artesano de las Letras, el corazón le preguntó qué había cambiado para que sus letras dejaran de llegar. Él, que conocía bien su oficio y manejaba con astucia la palabra, le dijo:
- Hay que actuar conforme al orden natural de las cosas.

El corazón no entendió y arrugó su entrecejo. El Artesano de las Letras, buscando las palabras más adecuadas, le explicó:
- No debes preocuparte mucho si te llegan las letras o no. Ellas deben fluir de forma natural; hay que ajustarla al momento y a la oportunidad de comunicación. Es imprescindible que todo proceso surja de manera natural. Si dejamos de ser naturales, las letras dejarán de ser maleables; entonces, nuestros conceptos más arraigados sobre lo que es natural, comenzaría a cambiar y hasta las cosas más sutiles se podrían alterar…
El corazón seguía sin entender. Dos lagrimones cubrieron su rostro, mientras la palabra “natural” no dejaba de revolotear, cual mariposa desorientada, a su alrededor. El Artesano de las Letras – sin notar cómo sufría el corazón - seguía con su interminable discurso. Resignado y aún creyendo en su hacedor de letras, el corazón se sentó sereno, dispuesto a respetar el orden natural de las cosas.
Pasados muy pocos días después de esa conversación, el corazón salió a pasear por el bosque. Necesitaba meditar y por experiencia sabía que las mejores respuestas, hasta de las cosas más fantasiosas, se encontraban bajo el amparo de los árboles. Recostado al tronco de un viejo roble, escuchó el susurro de dos corazones que se contaban sabrá Dios cuántos secretos. Prestó atención a lo que hablaban. Un corazón le decía al otro:


- Yo estaba tranquilo y, de pronto, escuché un ruido que entraba por mi tejado. ¡Eran letras! ¡Eran letras! – Repetía, extasiado. Cuando tocaban mis manos, se formaban metáforas como el elixir mágico de los poemas…
El otro corazón preguntó:
- ¿Y… quién te las regala?
El interlocutor respondió:
- Dijo llamarse El Artesano de las Letras. ¿Y… sabes? ¡Son tantas las que me obsequia que se está llenado un libro con ellas!

El corazón herido había conseguido la respuesta a lo que no entendía. Regresó a su morada y abrió las portadas de lo que había sido su libro adorado; se recostó sobre ellas, y sus lágrimas dibujaron unos grafemas ensombrecidos que decían: hay cicatrices profundas que torturan, como latigazos de amarga indiferencia, derrumbo tu recuerdo y limpio el rastro porque ni que vuelvas a resurgir de los escombros, reharé mi amor entre tus letras.

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