¿SABÍAS QUE…?
El hambre mata a 13 aborígenes argentinos en sólo dos meses.
El defensor del pueblo demanda al Estado y al Gobierno de la norteña provincia del Chaco por el «exterminio» que sufre el pueblo toba.
JUAN IGNACIO IRIGARAY. Especial para diario EL MUNDO.
BUENOS AIRES.- A sus 54 años y con apenas 24 kilos de peso, la indígena Rosa Molina apareció en la catedral de la ciudad de Resistencia, al noroeste del país, caminando a duras penas, casi arrastrando su cuerpo, y pidió socorro. Al verla, los párrocos se escandalizaron por tamaña flacura de hambre y auxiliaron a la mujer. Luego convocaron indignados a las cadenas de televisión.
Enseguida la triste imagen de esta aborigen argentina perteneciente a la etnia toba, exhibiendo su costillar raquítico junto al gran crucifijo de la catedral, como una caricatura obscena de Cristo, se coló en todos los hogares de Argentina a la hora de los telediarios y destapó una cruda realidad: muchos indios están muriendo por no tener comida en un país productor de alimentos.
Por el momento, doña Rosa ha salvado la vida gracias a la ayuda providencial de los curas, pero muchos de sus hermanos de raza no han tenido la misma suerte. Desde julio hasta la fecha, ya han fallecido 13 indígenas tobas a causa de la desnutrición. Mientras, un centenar corre riesgo de muerte, afectados además por enfermedades endémicas tales como la tuberculosis y el mal de chagas, según informó el Centro de Estudios e Investigación Social Nelson Mandela, de Chaco.
«El desastre humanitario se ha instalado en el corazón de las comunidades indígenas y es producto de la extrema pobreza, el flagelo del hambre y las enfermedades», denunció a los periodistas Rolando Nuñez, titular de esta organización humanitaria. El frío reinante en este invierno austral permite prever a los cooperantes de la ONG que habrá más víctimas mortales.
Los tobas eran los pobladores originales del nordeste de Argentina, hasta que en el siglo XVII arribaron los jesuitas y colonizaron la zona de forma pacífica. Vivían de la recogida de frutos, la caza y la pesca, y trabajaban como jornaleros en la cosecha del algodón. Pero durante la última década, el boom del cultivo de la soja acabó con el algodón y expulsó a los indios del monte.
El éxodo obligatorio hizo que los indígenas se apiñaran, hacinados en aldeas y pueblos de Chaco o en los suburbios de Resistencia. Por ejemplo, el barrio de Fontan tenía 26.000 pobladores en 2001 y hoy cuenta con casi 60.000 vecinos, muchos de ellos aborígenes, a los que la riqueza natural del campo ya no puede sostener.
«Este año habrá muchos muertos. Hace mucho frío y no tenemos con qué taparnos, ni nada que comer», advirtieron al enviado especial del diario La Nación, Avelino Gómez, de 56 años, y Jorge Echegaray, de 49, sentados en su vivienda. La casa, casi una chabola, está ubicada frente al comedor popular Nogoxiguen Nalá Ñacpiolec (Niños, levántense a la luz , en lengua toba).
El alarmante cuadro de muerte y enfermedades se repite en otras regiones de la provincia: El Impenetrable, Villa Bermejito, Cacique Pelayo, Villa Allín, Balastro, Cabeza del Buey, Pozo la China y Paso Sosa, entre otros. En total, quedan 60.000 tobas a lo largo y ancho de Chaco, pero la mitad aguanta en El Impenetrable, la zona rural que menos han invadido las plantaciones soja.
Una investigación realizada a principios de año por el Equipo Comunitario para Pueblos Originarios -que depende del Gobierno argentino- develó que existen otras 92 personas con distintos grados de desnutrición y malnutrición. La alerta humanitaria a 700 niños en riesgo de morir antes del primer año de vida.
El defensor del pueblo, Eduardo Mondino, demandó el pasado 29 de agosto al Estado y al Gobierno de Chaco por el «exterminio» de aborígenes tobas y reclamó a la Corte Suprema de Justicia una medida cautelar «urgente».
Pese a esas denuncias, para el Gobierno de la región se trata de una confabulación política en su contra, aunque no la atribuye a nadie. «Estamos presenciando evidentemente una campaña que no sabría ni catalogar, en la que están apareciendo desnutridos», dijo el ministro de Salud, Ricardo Mayol, refiriéndose a la muerte de los aborígenes.
Y, sin ponerse colorado de vergüenza, atribuyó el hambre de los tobas a sus gustos gastronómicos. «Ellos tienen sus hábitos culturales y estilos. Su manera de comer, su manera de alimentarse, y a veces no aceptan la nuestra. Entonces, son una serie de cosas que no resultan sencillas. No estamos haciendo abandono de nada».
Artículo extractado de diario EL MUNDO, nos atrevemos a publicarlo por la importancia social, cultural y esencialmente humana de su contenido. Defender a nuestros hermanos indígenas, es defender nuestras raíces, que son las bases de un futuro digno y equitativo.
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